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Los árboles que querían volar

En lo más profundo de un bosque mágico, donde el viento susurra secretos y los ríos cantan canciones antiguas, vivían un grupo de árboles centenarios. Cada uno era majestuoso, con ramas extendiéndose hacia el cielo y raíces que se hundían profundamente en la tierra. Sin embargo, algunos de estos árboles no estaban contentos con su destino. A pesar de ser testigos del paso de las estaciones y del crecimiento de la vida a su alrededor, deseaban algo más: querían volar.

1. El Sueño de Volar

En las noches serenas, cuando las estrellas titilaban sobre el follaje, los árboles susurraban entre ellos sobre su deseo más profundo. Los pájaros que se posaban en sus ramas les contaban historias de los vastos horizontes que exploraban, de los cielos abiertos y de los viajes sin fin. Los árboles, arraigados en la tierra, sentían una mezcla de envidia y admiración. ¿Por qué ellos, que tocaban el cielo con sus ramas, no podían despegar de la tierra y conocer el mundo más allá del bosque?

Uno de los árboles más jóvenes, llamado Ario, fue el primero en expresar en voz alta lo que muchos pensaban en silencio. «Si tan solo pudiéramos arrancar nuestras raíces y volar por el cielo, podríamos ver más allá de estas colinas, conocer nuevas tierras y dejar atrás nuestras limitaciones.»

Los demás árboles escucharon con atención. Algunos agitaron sus hojas en señal de acuerdo, mientras otros permanecieron en silencio, aferrándose a sus viejas creencias de que su lugar estaba en la tierra.

2. El Consejo de los Ancianos

En el corazón del bosque, los árboles más antiguos, cuyos troncos eran anchos y cuyas raíces se extendían como manos sabias, se reunieron para discutir esta inquietud que comenzaba a propagarse entre los más jóvenes.

«Los árboles no vuelan», dijo el anciano roble, cuyas raíces abarcaban generaciones de sabiduría. «Nuestra fortaleza está en nuestras raíces, en la conexión que tenemos con la tierra. Nos alimentamos de ella, y a través de nosotros, la vida se renueva.»

Pero el árbol más joven, Ario, replicó: «¿Y si hay más en la vida que simplemente estar arraigados? ¿Y si la libertad de volar es lo que realmente nos falta para sentirnos completos?»

El anciano roble suspiró profundamente, sus hojas susurrando en el viento. «La libertad no siempre es lo que parece, joven Ario. A veces, lo que anhelamos puede llevarnos lejos de lo que realmente necesitamos.»

3. El Hechizo del Viento

Una noche, mientras los árboles dormían bajo la luna llena, apareció una brisa que no pertenecía al bosque. Era el Viento Viajero, un ser mágico conocido por cumplir deseos imposibles. Al escuchar los susurros de los árboles, decidió intervenir.

«¿Queréis volar?», preguntó el Viento, su voz ligera y seductora. «Puedo daros alas, pero debéis estar seguros de que es lo que realmente deseáis. Una vez que os eleve, ya no podréis volver a la tierra.»

Ario, entusiasmado por la promesa del viento, aceptó sin dudarlo. «¡Sí! Quiero volar, ver el mundo más allá de este bosque.»

El Viento rió suavemente y sopló sobre Ario, desarraigándolo con un hechizo mágico. El joven árbol se alzó del suelo, sus raíces flotando en el aire como si fueran cabellos al viento. Por un momento, se sintió libre, elevado por el aire, contemplando el mundo desde lo alto.

4. El Precio de la Libertad

Al principio, la emoción de volar llenaba a Ario de alegría. Viajó por valles y montañas, sobrevoló ríos y ciudades. Sin embargo, con el tiempo, empezó a notar algo extraño. Aunque podía moverse, no podía alimentarse. Sus hojas se marchitaban, y sus ramas se debilitaban. Sin las raíces que lo conectaban con la tierra, el joven árbol estaba muriendo lentamente.

Ario comenzó a comprender lo que el anciano roble había intentado enseñarle. La libertad de volar tenía un costo, y ese costo era su conexión vital con la tierra. La tierra, que había dado por sentado, era la fuente de su vida y fuerza. Ahora, en el aire, se sentía más solo que nunca.

Mientras tanto, en el bosque, los otros árboles observaban a Ario desde la distancia, sus hojas agitándose con tristeza al verlo marchitarse. El anciano roble, aunque sabía que el joven árbol había aprendido una valiosa lección, lamentaba que fuera de una manera tan dolorosa.

5. El Regreso a la Tierra

Antes de que fuera demasiado tarde, el Viento Viajero regresó. «¿Has comprendido, joven Ario?», preguntó con voz suave.

«Sí», respondió Ario con debilidad. «Pensé que volar era lo que deseaba, pero ahora entiendo que pertenezco a la tierra. Necesito volver a mis raíces.»

El Viento, compasivo, lo devolvió suavemente al suelo del bosque. Las raíces de Ario volvieron a hundirse en la tierra, y poco a poco, sus hojas recobraron su verdor. Había aprendido que la libertad no siempre está en el movimiento, sino en la conexión profunda con el lugar al que perteneces.

6. La Lección de los Árboles

A partir de entonces, Ario y los demás árboles contaron su historia a cada nueva generación de jóvenes brotes. Aprendieron que, aunque es importante soñar y desear ver el mundo, también lo es reconocer el valor de estar enraizado, de ser parte de algo mayor que uno mismo.

Los árboles siguieron admirando a los pájaros que volaban sobre sus ramas, pero ya no anhelaban ser como ellos. Ahora sabían que su verdadera fuerza estaba en la tierra, en las raíces que los sostenían firmemente y les permitían crecer hacia el cielo.

Así, el bosque permaneció en paz, y los árboles, con sus ramas extendidas hacia el cielo, siguieron soñando, pero esta vez, con la certeza de que su lugar en el mundo ya estaba completo.

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