Pablo de la Asunción Cumbrera Conde

Pablo Cumbrera Conde nació el 15 de agosto de 1995, en Cádiz, la ciudad más antigua de Occidente. Desde una edad muy precoz destacó por su expresividad y por un inusual dominio del lenguaje. También por esa curiosidad innata que ha sido el motor evolutivo de todos los seres inteligentes. Con el paso de los años tenemos un Pablo adolescente que renuncia al ciclo convencional de vivir una vida común: “Nacer, crecer, relacionarse con la gente, enamorarse, tener hijos, envejecer, vivir en el mismo hogar, hacer las mismas tareas, llegando a la monotonía, morir.” Pablo quiere ser diferente y vivir muchas vidas a la vez, pero como es inteligente sabe que no es un Dios omnipresente que pueda hacerlo todo. Pero hay una alternativa, no exenta de sacrificios: viajar, recomenzar desde cero, dejar tu tierra, como Abraham, aunque te sientas feliz en ella y con el apoyo de los tuyos. Es arriesgar, saber romper vínculos … y con todo ello tejer un relato y una trama que permitan al lector comprender que “leer es realmente vivir muchas vidas”. No basta con la descripción minuciosa ni con la expresión elocuente. Se necesita que la narración rezume de todos los sentimientos que nos hacen genuinamente humanos como la alegría, la tristeza, el dolor y, aún más, la infinita nostalgia de que nunca volverás sobre la senda ya trazada. Dos iniciáticos viajes, en el marco de la ruta Quetzal (Perú y Colombia), terminaron de esculpirlo como un Tejedor de Sueños. “Haz realidad tus sueños”, fue el lema que esculpió en lo profundo de su alma: como inscripción lapidaria en el frontispicio de un templo a los dioses. Similar al “conócete a ti mismo” inscrito en el pronaos del templo de Apolo en Delfos. El fallecimiento de su amigo y mentor, el inolvidable Miguel De la Quadra Salcedo, fue el acicate que le impele a lanzarse a la busca de ese santo grial, al cual muchos otros renunciaron. Desde entonces una ventolera de levante lo ha impulsado a Nepal, India, Jordania, Israel … con tan sólo el leve equipaje de su mochila, y las herramientas para ganarse unas perrillas: las pelotas de malabares y una baraja de cartas. No es tarea baladí erigirse en un tejedor de sueños. El que teje ilusiones no es consciente de que es él mismo quien las urde ni cree que la realidad de éstas dependa de él. Corre el temerario riesgo de quedar atrapado en el laberinto de los sueños anidados: “Todo lo que vemos o imaginamos es sólo un sueño dentro de un sueño”, como afirmaba Edgar Allan Poe. El sueño de la inmortalidad pertenece al elenco de las aspiraciones más primitivas desde nuestros más remotos orígenes. Ya en la mitología sumeria el héroe Gilgamesh junto a su amigo Enkidu, emprenden el largo viaje iniciático en la búsqueda de la Inmortalidad. La figura de Gilgamesh conserva su vigencia porque el anhelo que le mueve es universal (escapar de la muerte), y por tanto es universal la lección que recibe: que la inmortalidad es un don exclusivo de los dioses y es locura aspirar a ella. Esta obra, que indudablemente influyó en el relato de amistad entre Aquiles y Patroclo, es también fuente de inspiración para El camino de Lea, que desde aquí presentamos. A mis años ya soy consciente de mis limitaciones y de que un viento susurrante mece el pino con que tallarán mi ataúd. Entonces recuerdo a Borges: “algunos se jactan de los libros que escribieron, yo de los que me fue dado leer”. Bienvenida Lea, sigue adelante tu camino y no vuelvas nunca la vista atrás. 

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